El ser de una ciudad con mar para lo bueno y para lo malo te marca. Yo por las mañanas levanto mi persiana, miro al horizonte y ahí tengo el mar.
El mar
Aunque hay gente que no lo cree terminas echando de menos al mar. He tenido la suerte de vivir en varias ciudades (y digo suerte porque viajar y conocer otros sitios al fin y al cabo es cultura y te marca) y tener esa adicción por ver la inmensidad de agua salada es casi como una droga.
Recuerdo cuando vivía en Oviedo. Una ciudad bien bonita y muy señorial. Una ciudad con clase. Estuve estudiando allí y llegadas estas fechas tenías que ponerte a estudiar por los exámenes finales, por tanto las visitas a casa eran un poco complicadas. Pues después de llevar casi un mes sin poder venir a mi ciudad tuve que acercarme a Gijón. Yo necesitaba ver mar, sentir mar.
Porque los paseos cerca del mar relajan el cuerpo y sobre todo relajan el alma. Esos días de ver el mar como un plato y mas en la bahía que tenemos aquí (una de las mas bonitas del mundo, y no porque lo diga yo) te lleva a un estado de “embriaguez”, esa sensación de volar, esa sensación de tranquilidad y sosiego. Ese paseo que no quieres que se acabe nunca. O sentarte en unos de los bancos de la bahía y disfrutar de las vistas mientras vacías tu mente y te dejas llevar por la imaginación.
Esos días de sur en la que la mar esta picada también tienen su encanto. Porque al mar no hay que tenerle miedo hay que tenerle respeto. Recuerdo unas vacaciones en Benicasim (justo cuando se empezaba a hacer su famoso festival Festival Internacional Benicasim), ese mediterráneo con aguas calientes. Había bandera roja pero estaba el agua como un plato así que ni corto ni perezoso al agua me fui (yo que me he bañado mas de una vez con olas de 4 metros y bandera roja en el Sardinero) y ver al vigilante montarme el pollo por bañarme con esa bandera y darte cuenta que lo único que había era un poco de resaca (para ellos muchas evidentemente). Así que aunque el vigilante de la playa me aconsejara que dejara mi baño para otro día yo me lancé a la aventura y me dí mi baño correspondiente.
También recuerdos esos días en los que vivía en Madrid (sobre todo en verano). Madrid llena de gente mas chula que un ocho y como ya dice el dicho : “de Madrid al cielo” pero llegaba el fin de semana y huían todos como almas que se las llevara el diablo a la zona de levante. Esos días en los que yo era la envidia de muchos porque me iba a mi “casa de la playa”. Una casa desde la que veo el mar y tengo una playa a poco mas de 10 minutos.
Yo no me considero marinero (aunque mas de una vez me he planteado sacarme el P.E.R.) pero esa conexión mística con el mar es una historia que igual debe ser contada en otro momento.